martes, 24 de julio de 2012

Campestre.






 Resulta que caminaba por unos jardines enormes, llenos de flores muy bonitas, y de colores impresionantes, que no eran más que pinceladas furiosas de un Monet primaveral. Mi atavío  me resultaba desconcertante, pero esas faldas almidonadas que usaba Camille eran imprescindibles en una escena tan típica de ese entonces.  Un nene caminaba a mi lado, cortando las mejores flores para hacerme un ramo, mientras yo me pavoneaba de una manera inexplicable con mi sombrillita de alta dama. De pronto las flores eran todas frutillas; campos enormes de frutillas que me incitaban a correr como enajenada, tropezando muchas veces y salpicando mis pantalones de pulpa fresca. Eran exquisitas y su fuente inacabable, las arrancaba y brotaban … Nada era real en ese mundo chapoteado de rojo, salvo el molino que giraba con pereza, rezagado allá en el fondo, indiferente a las ovejas que habían saltado la valla del sueño para montar cometas que se elevasen infinitamente. Eso las distraía, mientras yo esquilaba su lana bermeja y empollaba ovillos para contenerlo a él en una red-pullovérica enorme que le impidiera escapar hacia la enormidad silvestre, y como era necesario desorientarlo, le daba paraguazos en la cabeza con la sombrilla de Camille, que aún conservaba en ese episodio los 70.  Ignoro de quién se trataba, e ignoro también los motivos que me inducían a recluirlo, pero sospecho que en esos campos de frutilla no había otra cosa que hacer para perder el tiempo. Sin embargo, pronto vi agotado este recurso, y quise regresar a los paseos de antaño por el jardín floreado, que concluían con algún picnic en la buena compañía de esas mujeres lozanas que bordaban, pero al volver me hallé en mi lecho fúnebre, con el semblante gris y amortajada en colores fríos, y entendí que los óleos de  Camille habían pasado la historia. De modo que aguardé la hora del alba, esperando que el canto de los gallos me rescatara de esa pradera imposible y con vapores de opio…y lo hago vanamente, porque aun tras relatar esta sucesión  inexplicable, sigo contemplando las nubes retorcidas, las ovejas, mi cautivo enlanado aferrando un ramo de flores, las ramas rastreras que se enredan en mis extremidades y me adornan con sus borlas rúbeas como a un árbol de navidad…

¿Despertaré, alguna vez?


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