miércoles, 20 de junio de 2012

Summertime

Nacimos no sé de dónde, pero nacimos en una estructura comitativa, descentrada…nacimos de una sola matriz. A los veinte años de edad, en esa tarde tan tonta.
Volver a caer presa de su barba kilométrica, trepar hacia Rapunzel… sentir mis latidos por primera vez en el tacto de la rústica piedra de la torre, padecer los espinos tras el clímax en el cuarto imposible.
Padecer el clímax en el sol de ese tiempo remoto y tan constante como cada mísera mota de polvo, de mugre en mi conciencia mugrienta de torbellinos de mugre y de sus mugrientos fantasmas que percuden mis ratos en la ducha, la heladera, los horizontes estivales, sobretodo los estivales; los amaneceres y anocheceres y las noches, sobretodo las noches estivales. Porque nacimos no sé de quien. Pero nacimos en verano. Comitativamente, que lo admita y que le duela, que él tampoco pueda mirar el mar sin saberlo del todo ebullido, que no pueda derretirse en un aplastamiento de cuarenta y cinco grados sin sentir noventa.
Porque nació tan encastrado en mi carencia… el verano sedimentó los caracteres.
Morimos indisolubles.
El verano y la farsa del tiempo ¿su cara raspa? ¿Los lentes negros?  Mi mano se mece en otro aire caliente, mi mano no es mi mano que su barba hería. El sudor es incompleto, el verano…  un simulacro triste. Es otra otra pesadez, otro sopor. Otra mugre. Otro tipo de risa más lúgubre. Verano y verano no deberían tener el mismo nombre. Yo y yo, tampoco. A lo sumo verano sobrante, a lo sumo, yo excluida.
Me gustaría rescatar alguna sombra.

domingo, 17 de junio de 2012

Lunes, otra vez.

Son las once y cincuenta y nueve y ahí viene, el 303. Suspiro, y deseo profundamente encontrarlo ahí. No sé, no hay forma de justificar la impaciencia con que estiro el cuello y atisbo entre la multitud en busca de algún rastro de su pelo enorme y  de enrulado copioso mientras espero que la maquinita me dispense el boleto, el quinto en mi colección de oportunidades desperdiciadas. Mientras avanzo, escabulléndome entre bolsos y olores confusos y peinados y roces de pieles y respiraciones, trato de poner la mente en blanco, porque vivo con la impresión de que el pensamiento desgasta el método que tienen las cosas para suceder tal y como uno las fantasea.  De acuerdo a esto, tal vez encontrarlo colgado del tubo pasamanos, es una constatación. Oscila, de acá para allá como una campana o como cualquier otro tipo de péndulo, no es necesario excederme en símiles para hacer comprender lo estúpido de su figura, para peor delgadísima y larga, fidéica, en suspensión. No entiendo nada, y se me ocurre preguntarle qué rayos está haciendo; es la excusa perfecta para entablar una conversación con ese tarado de fuerza sorprendente, que pese al traqueteo natural del colectivo y los empellones de la gente que quiere pasar, permanece asido sin mover un músculo en medio de una meditación profunda e insondable…pero ya no estoy segura de querer hablarle. Algunas mariposas se cuelan por las ventanillas y se le enredan en la cabellera, pequeños enjambres de abejas le pican el cuello. Parece que su poder es considerable, y parece que de tanto procurar algún contacto, yo, junto con el resto de las cosas de la naturaleza que tienen alas para alcanzarlo me siento un poco atraída también, incluso tengo ganas de vomitar, hay algo dentro de mí que comienza a sentirse descompensado. De afuera recibo un calor repentino, y me temo que lo veo derretirse, irremediablemente, todavía con los pies en el aire. Intento hacer algo; quiero que sobreviva y poder besarlo alguna vez, pero es inútil, cada vez está más blando, y el líquido que va despidiendo  adquiere una tonalidad uniforme que resulta de todos los colores que eran de él. Me pongo de cuclillas, quiero juntarlo todo, pero resulto embadurnada de su esencia. La gente me mira con una mezcla de asco y de horror, me cae en las manos su estructura capilar ensortijada y enmarañada de mariposas, que aunque no es alcanzada por el derretimiento, despide algún olor a chamuscado. Me veo rodeada de abejas tostadas y pruebo una; no son tan suculentas y no mejoran mis nauseas. Rompo en llanto, las mariposas aletean y levantan vuelo, se llevan consigo la última parte de él. Entonces yazco, tirada en el medio de un colectivo desalojado, nadando en el charco que lo conserva fundido y es su mente liberada…Nunca supe su nombre, ni nada. No supe, no quise, no pude atrapar a tiempo su modo definido, correcto y estructural. Tendrá que bastarme su sustrato, que desperdigaré por los montes y los ríos y el espacio; el piso del 303 no es el recinto más apropiado para que more, sobre todo cuando se ha inventado el trapo de piso. No lo van a diluir con agua ni líquido desinfectante, escucho sus palabras carraspeadas al oído: una función, mi función, terminar de aferrarlo a las entrañas del mundo. Y va ser feliz para siempre. 

Belén.


Publicado en el nº1 de la Faro Literario (Revista independiente). Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina, 2012. 

Verónica


Dibujo de Angello Ribón Pinto.


Tenerte de frente, Verónica, sucumbir a tu desafío. Lo deseo con toda mi alma, lo deseo como cuando el principio, en esa tarde en que me miraste con una fijeza sin perturbaciones ni pestañas y fue el otoño de las mariposas. Es una lástima que nos separe todo, que seas un fantasma, que seas agua que no pasa dos veces…Pensar que nunca me sumergí a tejer con las manos tu río negro, y que nunca llené de lágrimas el aceite. Porque es que todo lo tuyo era así, denso y escurridizo; el chistecito fatal de tu vida irremediable, por ejemplo... Ese día la noche cayó como nunca sobre tu alma de mandrágora y naciste a gritos a un universo impenetrable. Dejaste todo impregnado de ese olor a chicle, de canciones de pájaro, de risa patológica y de otras  señales desorientadoras que inventó mi ansia porque no tuvo opción alternativa a la locura.  ¿Adónde fuiste Verónica, dónde estás? Aunque ahora sos una flor en los rieles, una flor abatida  por el humo, por los misterios de las entrañas urbanas, no creo haberte perdido del todo, siquiera trato de no perderte del todo. Te busco en las mañanas del supuesto olvido, te sonrío entre luz blanca, y casi, casi podría jurar que te encuentro.
Lo que es el patetismo…” Me dirías cualquiera de esas tardes, despatarrada sobre el catre del living mirándome escribir muerta de risa, como una musa excepcional… Hoy se me confundió en la brisa tu murmullo burlón; ahora hablás con la voz del mar, aunque nunca hayas visto el mar. Vos sos de la tierra, no del mar. Te evoco en los subtes, pago $2.50 la inserción en el mediocre simulacro de tu estado, y a veces, atisbo cierto rasgo de tu pelo negro, cierto destello de malicia diáfana en la mirada de alguien.
¿Cuándo tenerte de frente, Verónica, cuándo sucumbir al  desafío ya no del principio, sino de esto, de tu fase trans-carnal, trans- sensorial, trans-mental?  ¿Adentrarme de a poco en tu reino, avanzar dos pasos, retrocediendo uno, quizás?... Caminar por la senda de las alas secas, conquistar las coordenadas, las tuyas, y las de la utopía.


Belén.




Publicado en el nº2 de Faro Literario (Revista independiente). Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina.